La inquietud que llevó a la
realización de este trabajo también tiene su génesis en la crisis del 2001. Por
aquellos años, en un almuerzo realizado en el departamento de calle Cervantes
de Paraná donde vivía, compartíamos con el entonces concejal de la Alianza y ex – compañero
de estudios en la Facultad ,
Guillermo Mondejar (uno de los mejores dirigentes que dio al radicalismo la Franja Morada , antes de su
debacle) la inquietud de saber qué era lo que había pasado con el patrimonio
público provincial acumulado a lo largo de décadas. En ese momento, el Banco de
Entre Ríos, tras la salida del Credit Agricole, había sido rescatado al borde
del precipicio por el Nación; los inversores extranjeros que controlaban la
empresa de energía habían abandonado el bote y la habían arrojado a un
fideicomiso de escasísima confiabilidad administrado por los empleados, donde
la parte del león se la quedaban las líneas gerenciales, mientras que la
maquinaria del Frigorífico Santa Elena iba a ser rematada como chatarra para
pagar algunas de las cuentas del proceso judicial de quiebra ¿Cómo habíamos
llegado a este punto?
Mondejar me propuso hacer un
estudio sobre cómo había se habían dado las privatizaciones en Entre Ríos.
Ambos teníamos en mente un esquema donde la corrupción jugaba un rol central y
determinante. Sin embargo, el pasar del tiempo, la acumulación de experiencias
y el avance de la investigación, sumó otras causas con mayor incidencia que la
simple falta de conducta de los funcionarios públicos como razón de la
implementación de la política neoliberal y de su posterior crisis. Jorge
Halperín ayuda a entender la primera sensación que nos abordó por aquellos años:
“Tengo la impresión de que la prensa que
tenía una postura crítica con Menem se centró mucho en la denuncia de la
corrupción. Pero, en el fondo, me parece que se hizo una operación, voluntaria
o involuntaria, donde la denuncia de corrupción era descontextualizada, de
manera tal que no se la relacionaba con el modelo económico imperante. Quedaban
así como simples historias policiales sobre la política y el poder; donde
finalmente lo que no se cuestionaba era el modelo”[i].
Tras aquella comida, donde el
anfitrión hizo las milanesas y el puré y la visita pagó el helado, puse manos a
la obra. Los testimonios recogidos fueron dibujando un denominador común: el
Informe Domenicone, donde cada actor comprometido con alguno de los procesos de
privatización situaba el comienzo de la historia particular que relataba. Esto
llevó a la pregunta de qué era el Informe Domenicone y qué decía. Durante
varios meses recorrí el archivo de la Provincia , la Biblioteca de la Legislatura y varias
oficinas del Gobierno buscándolo. Así fue que llegué a la Dirección de Presupuesto
del Ministerio de Economía, donde supuestamente había un ejemplar que había
sido editado por Gualberto Ocampo cuando estuvo al frente de la repartición[ii].
Luego de unos días de espera, me informaron que había sido “dado de baja en un
expurgo” hacía unos años. Es decir, no existía más.
Ya casi sin expectativas, comenté
mi búsqueda infructuosa vía chat a Néstor “Toti” Banega, histórico referente de
periodistas en la Cámara
de Senadores. Fue la noche del jueves 25 de octubre de 2007.
Juan dice:
Estoy buscando el informe
Domenicone
Juan dice:
¿dónde lo puedo encontrar?
Néstor dice:
yo lo tengo…
Durante varios minutos más, intercambiamos información sobre aquella
época y los núcleos de poder que tallaban, dado que, como colaborador de Hernán
Orduna en la vicegobernación, al “Toti” le tocó estar cerca.
Después vinieron las elecciones
donde Cristina Fernández de Kirchner ganaba su primer período al frente de la Presidencia , el
recambio de Jorge Busti por Sergio Urribarri y también la Convención
Constituyente , que me tocó cubrir de cabo a rabo durante ocho
meses, en medio del fragor del denominado “conflicto del campo”, en el que las
entidades de la patronal rural pusieron contra las cuerdas a la segunda
administración Kirchner.
Banega me dio la copia unos meses
después de aquella conversación. Pero la agitada tarea diaria me impidió leerlo
concienzudamente durante un tiempo; las largas esperas del colectivo 10 y su
extenso trayecto desde el Santa Lucía al centro y viceversa sólo aportaron el
espacio temporal para hojearlo de a tramos. Lo que sigue es el producto
generado por una segunda lectura más minuciosa.
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